Por Verónica Boix

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

A medida que habla, Selva Almada trae la pausa y el fresco de las tardecitas junto al río. “La primavera y el otoño son mis estaciones favoritas”, dice, y es fácil entender por qué: es una escritora atenta a las variaciones de la naturaleza, que en sus historias, tiene la fuerza de un personaje más. La historia de No es un río, su nueva novela, transcurre en una isla del Paraná en la que tres amigos -Enero Rey, Tilo y Negro- cruzan a pescar y, sin saberlo, se encuentran con el pasado y los recuerdos que parecen seguir vivos del otro lado del río. En ese espacio, casi mítico, la autora entrerriana avanza hacia lo extraño y consigue unir, con una respiración entrañable, la poesía del litoral y el gótico latinoamericano.

- ¿Cómo trabajaste el lenguaje de la novela para que tenga el sonido del monte y del río?

- Fue donde más me enfoqué. El lenguaje de la novela es una construcción poética. No se siente costumbrista, justamente por eso, no tiene una función testimonial, ni siquiera de rescate o de verosímil. Probablemente si fuéramos a la isla las personas no hablarían así. Me gusta trabajar con la oralidad, pero cuando ingresa a la escritura se transforma en otra cosa. Tiene una función sonora, musical, poética. Empecé a escribir la novela hace muchos años, pero el año pasado, sobre todo en el verano, volví al texto, ya tenía bastante armada la trama, sobre todo, las relaciones entre todos los personajes, los muertos y el pasado que vuelve a ellos. Y me apareció la sensación muy fuerte de que, quizás por el entorno, tenía que ser más lírica que otros relatos míos. Tenía que tener la síntesis de la poesía.

- ¿Y la historia de los personajes, de alguna manera, también está concentrado en la isla?

- En la isla es como si hubiera un presente donde se cristalizara el pasado y el futuro. Hay un tiempo detenido como si los tres personajes que llegan a la isla, y todos los que ya viven en ella, estuviesen en un tiempo suspendido. Quería trabajar en la novela ese extrañamiento temporal. La isla es el lugar donde se actualizan todos esos conflictos del pasado que quedaron sin resolver con ese amigo que se murió. Siomara está cristalizada en ese no querer darse cuenta o aceptar que sus hijas están muertas. Pensaba en la isla como un lugar un poco mágico, en el sentido mítico, el río de los muertos, Caronte, y la isla como una especie de mini purgatorio donde están las almas, las vivas y las muertas, esperando a ver qué va a pasar con ellas.

- ¿Cómo elegiste el título?

- Me costó encontrar el título, apareció el final. Desde el título quería que se planteara esto del ser y el parecer, de la realidad y el sueño. No es un río, ¿qué es? Algo de esa atmósfera fantasmagórica ya aparece desde el título. Hay escenas donde parece estar todo contagiado de lo onírico, hay algo de ensoñación, de espejismo. La idea de espejismo aparece bastante en la novela. Lo que es y no es como si fuese una duermevela y no distinguieras muy claramente los objetos a tu alrededor.

- De las tres novelas esta parece ser la más gótica, los fantasmas, los muertos que circulan entre los vivos, el personaje de Siomara.

- Es el personaje arrasado por el dolor de una pérdida. Yo no tengo hijos, pero me imagino que lo peor que le puede pasar a una persona es que mueran sus hijos. He tenido experiencias cercanas, un hijito de mi hermano murió cuando era un bebé, el hijo de una amiga murió cuando era un chiquito de cuatro años. Los veía a ellos y siempre pensé: “Yo hubiese enloquecido”. Creo que Siomara tiene un poco que ver con eso. Está loca, está quebrada por el dolor y tiene esa fascinación con el fuego que viene desde que era chiquita. Le debe un poco a todas esas tradiciones, la loca, la bruja. En la novela hay mucho también de los mitos litoraleños, las leyendas, los mitos del monte.

- ¿Cuáles?

- Las chicas tienen el punto de partida en una leyenda que es la de la dama misteriosa, Siomara es un personaje muy relacionado con el fuego y tiene mucha relación con la leyenda de la Telesita, de hecho, su muerte es prenderse fuego bailando. Son leyendas locales, que se me aparecían bastante mientras escribía.

- Los personajes viven con sencillez, y así y todo, son muy complejos, ¿Cómo lograste ese contraste?

- Son personajes que tienen una vida interior muy intensa como si sus almas fuesen unas ollas hirviendo. Vengo de una tierra de poetas del río, Juanele es el gran poeta del río. En la poesía hay una hondura que yo realmente nunca he encontrado en la narrativa. Y estos personajes son deudores de mis lecturas de poesía. Además siempre se me aparece un tío de mi mamá a la hora de armar personajes de este tipo, Lolo era un tipo muy simple, no sé si había terminado la escuela primaria, hacía trabajos muy rústicos, como ladrillos o cuero. Vivió solo como un ermitaño o un santo. Era un personaje muy importante en mi infancia y cuando se me aparecen estos personajes pienso en él, alguien muy simple pero con una vida interior muy compleja y muy profunda.

- Se te ve activa en temas de ecología, firmaste una carta contra el “ecocidio”, y al parece en la novela la naturaleza ocupa un lugar central, ¿Te interesaba trabajar cuestiones ecológicas en esta ficción?

- La naturaleza es el universo de esos personajes. Hace muchos años escribí la escena del bisbiseo, cuando todavía la ecología no era un tema. Al principio lo que había de monte y de naturaleza apareció espontáneamente porque era el espacio donde se movían los personajes. Me encanta pensar en la vida vegetal y animal como una vida interesante y compleja, no como algo que está ahí para uso de los humanos. No tengo experiencia de monte, pero sí lo veo con mi perra y los gatos los observo mucho, y veo que hay una comunidad, que en realidad depende de nosotros para que les demos de comer, pero se la podrían arreglar perfectamente solos. En este tiempo de estar acá, volví a ver de verdad, a observar el ciclo de las plantas, cómo se caen las hojas y cómo de golpe, de la noche a la mañana, algo que era un brote ya es una hoja o una flor. En la novela era inevitable que apareciera ese amor que siente la gente que ha nacido y se ha criado en ese entorno. Hay algo que pasa desde el mismo día en que esas personas nacen en ese lugar, de repente no tienen idea de ecología, pero no la necesitan, naturalmente saben que tienen que proteger ese lugar. El río para ellos no es algo inagotable, saben que hay que cuidarlo.

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Perfil

Selva Almada nació en Entre Ríos, en 1973. Estudió Comunicación Social y Letras. En 2010 ganó la beca del Fondo Nacional de las Artes. Fue discípula de Alberto Laiseca. Publicó El viento que arrasa (2012); Ladrilleros (2013) y No es un río (2020), novelas que integran una trilogía. Relatos suyos integran algunas antologías como Una terraza propia y Narradores del siglo XXI. Su obra fue traducida al francés, holandés, alemán y portugués. La revista Ñ eligió a El viento que arrasa como la “novela del año 2012”. Su crónica de no ficción Chicas muertas, finalista del premio Rodolfo Walsh, fue pionera en la visibilización de femicidios en nuestro país. Niños, Una chica de provincia y Mal de muñecas son otros de sus libros.